Por Albert Simó – director@viptoday.es

En un gran número de culturas, el hecho de poseer y consumir productos de lujo es una forma de diferenciarse del resto de consumidores transmitiendo la pertenencia a un status social superior y a unos valores determinados. En otras culturas, es una forma de adscribirse a un grupo social, una forma de inclusión social. En ambos casos, el acto de adquirir estos productos y servicios de alto standing debe ir acompañado de una actitud de profundo respeto por los mismos ya que, por definición, de un artículo de gama alta o lujo siempre se derivan conceptos como calidad, exclusividad, artesanía, tradición y talento. Todos ellos términos que merecen –y deben-, ser respetados por el consumidor final. Algo que no siempre pasa.

Lamentablemente, la actitud del consumidor es un factor que resulta indiferente a las Compañías que operan en este apasionante sector que, más bien, celebran la existencia de consumidores compulsivos de productos de lujo que, ávidos de ostentar, se dedican a acumular de forma pseudoenfermiza posesiones, adoptando paralelamente comportamientos excéntricos que, a menudo, rozan el ridículo y atentan contra los cánones más básicos de la elegancia. Éste es precisamente el caldo de cultivo que ha generado una comprensible actitud de repulsa en relación al concepto de lujo en muchas sociedades. Me pregunto si realmente estas personas valoran lo que tienen. Francamente, lo dudo.

Un producto de lujo ha sido creado para ser valorado y admirado; para despertar emociones y no para ser acumulado como si de una commodity se tratara. En mi opinión, ésta es una actitud de consumo incorrecta que, a pesar de que seguirá existiendo por la proliferación de nuevos millonarios en los países emergentes, debería censurarse en sociedades que conciban el lujo de una forma más coherente, racional, respetuosa y sostenible.

Tengo mis dudas de que la acumulación sistemática permita a quien la practica disfrutar de un estilo de vida más placentero. En cualquier caso, considero que es fundamental que la industria del lujo y los profesionales del sector velen para que la racionalidad, los valores que se derivan de una filosofía de sostenibilidad y, especialmente, el sentido común en su máxima extensión imperen en el sector.

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