Por Diego Schvartzman, consultor de lujo y presidente de MdL Luxury Consulting Group
Desde Epicúreo, en la antigua Grecia, el hombre entendía que la vida consistía en la búsqueda del placer. Cuando el hombre desea, crea, produce, se supera. En palabras de Bertrand Russell, “toda actividad humana surge del deseo”. El lujo representa esa superación, la excelencia transformada en productos y servicios que exceden lo simple y se convierten en extraordinarios.
Pero el lujo no consiste simplemente en acumular objetos de alto valor; también es arte, cultura, y el entendimiento absoluto de todo aquello que provoca el impacto más profundo en todos los sentidos con el único objetivo de generar placer. A través del tiempo, el lujo se ha transformado en una industria pujante, una estrategia de gestión y diferenciación competitiva fundamentada en atributos y premisas intangibles que, paradójicamente, permiten construir valor de forma absolutamente concreta, elevando todos los estándares de calidad gracias a la obsesión por los detalles.
El lujo es tradición, autenticidad, respeto y atención; la fusión de la tecnología y el toque humano. Estos atributos se traducen en confianza y generan la preferencia de un consumidor cada vez más exigente e informado. Cuando algunos se conforman con ‘commodities’ que apenas suplen las necesidades, pero el consumidor actual ha sofisticado sus hábitos de consumo y busca satisfacer sus deseos, independientemente de su posición social y económica. Está dispuesto a consumir productos y servicios diferenciados o lo que se define como ‘la primera mejor opción’.
Sorprende que aún en algunos países de América Latina y en particular en Argentina, existan opiniones que justifiquen o inclusive apoyen la salida de las marcas de Lujo del mercado. Seguramente no conocen el poder de esta industria en el mundo en términos de generación y cualificación de empleos, innovación y desarrollo en la producción de productos y servicios de alta calidad. Es posible que no estén informados de la importancia del impacto positivo de este segmento en las economías donde están instalados en términos de inversiones y elevación de la imagen institucional.
Es interesante destacar que la presencia y desarrollo del mercado del lujo en una determinada región no es más que una clara manifestación del desarrollo económico y cultural de la misma. Es inherente a la condición humana desear lo mejor y buscar permanentemente la superación. Este fenómeno queda muy claro en otros países de América Latina como Colombia, Perú, Chile y Uruguay, que viven un buen momento de expansión de sus economías. Qué decir entonces de Brasil, actualmente una de las principales economías mundiales que ha visto su mercado de lujo crecer exponencialmente en los últimos 15 años y proyecta un crecimiento mediano superior al 8% para los próximos 3 a 5 años. Desde el inicio de la década de los 90’ Brasil abrió las importaciones y permitió la elevación de los parámetros de competitividad, calidad y valor agregado. Hoy este gigantesco país sudamericano se ha transformado por sí mismo en una marca de lujo y algunas de las firmas locales empiezan a ganar reconocimiento internacional en el selectivo segmento del lujo mundial.
Entender la diferencia con ausencia de parámetros
En un momento único en el que el lujo en el mundo está experimentando uno de sus mayores apogeos a pesar de la crisis económica global, América latina se ha posicionado como un actor de primer nivel fundamental para entender este crecimiento. En este contexto, Argentina, de forma incomprensible, le ha declarado la guerra al sector del lujo, iniciando una batalla que no para de generar bajas con la salida de diversas prestigiosas marcas del mercado. Ahora podemos decir que ha llegado el golpe de gracia con la decisión de uno de los principales iconos mundiales del sector, Louis Vuitton, de abandonar el país. Sin duda, un ‘jaque mate’ al sector del lujo.