Por Albert Simó
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Algunas de las marcas más importantes del sector del lujo como Louis Vuitton, Gucci, Dior, Fendi o Manolo Blahnik están en ‘alerta naranja’. La llamada por algunos ‘democratización del lujo’ –que no es dotar con derecho a voto a un bolso de piel de cocodrilo sino un fenómeno de pomposo nombre que se gestó como una estrategia comercial para vender productos de calidad superior a la media a ‘targets’ de poder adquisitivo medio y medio-alto-, podría traer consecuencias graves a marcas de gama alta posicionadas como la élite del lujo.
El caso de Louis Vuitton es paradigmático. El incremento de beneficios, ejercicio tras ejercicio, de la marca y el Grupo empresarial galo parece no tener fin. Pero la imagen de colas humanas delante de sus tiendas -ubicadas en los más privilegiados enclaves de las capitales del shopping mundial-, es la punta del iceberg de una tendencia que erosiona el halo de exclusividad que tradicionalmente ha destilado la firma. También castiga su notoriedad de marca el hecho de que cada vez más personas de poder adquisitivo medio-alto tengan la capacidad de adquirir un producto de esta firma, cada vez más masificada y, por lo tanto, menos exclusiva. Esto ha hecho saltar las alarmas no únicamente en la compañía francesa, sino en todo el sector.
¿Está erosionando significativamente la ‘democratización del lujo’ la notoriedad de marca de la casi mítica Louis Vuitton ‘y Compañía’? Que centenares de miles de jóvenes japoneses de entre 18 y 30 años y extravagante estética se paseen exhibiendo piezas de esta firma es un éxito comercial sin objeciones. Pero este éxito en ventas debe mantenerse en equilibrio con el prestigio de marca, el alma de cualquier negocio en este peculiar sector.
El lujo no es únicamente una cuenta de resultados. La apuesta por el talento, la innovación, la personalización, el servicio y el compromiso con los máximos estándares de calidad y exclusividad deben ser parámetros sagrados para este perfil de empresa. Si no se respetan estos criterios, el riesgo de despeñarse del Olimpo del lujo terminará siendo, a corto plazo, un peligro cada vez menos etéreo. Y la decisión será del consumidor, cuya implacable mente decidirá si eres tú eres el que vas a caer.