Por Albert Simó  – director@viptoday.es

El uso de la piel en la elaboración de complementos de moda de lujo es un tema polémico desde hace décadas. El debate entre los valores estéticos –y como generadores de status-, del uso de esta materia prima y las implicaciones relativas a la protección de los derechos de los animales sigue estando muy presente en el sector del lujo actual.

Los grandes grupos empresariales del sector como Kering-PPR o LVMH están librando en la actualidad una guerra estratégica con el objetivo de asegurarse el abastecimiento de pieles de lujo durante los próximos años. Entre las que preocupan más por su escasez son las de categoría exótica, así como también las de becerro y cordero, vinculadas a la industria cárnica. No contar con ellas podría representar para los pesos pesados de la industria mundial del lujo que muchos de sus clientes puedan poner en entredicho la exclusividad de sus productos y, por extensión, de su propuesta de valor. Y esta es una licencia que no se pueden permitir.

Las marcas sólo admiten pieles de la máxima calidad; cualquier defecto en ellas las descarta para ser usadas en la elaboración de sus exclusivos productos, cuya venta les proporciona un margen de beneficios tremendamente superior en relación a los confeccionados con piel convencional. Estamos hablando de un negocio muy lucrativo en el que están implicados países de todo el mundo, algunos de ellos tan respetables como Italia, los Estados Unidos, Alemania, México, el Reino Unido o España.

Maltrato animal tolerado

Los animales cuyas pieles se utilizan en la industria del lujo son capturados directamente en su entorno natural con crueles trampas o criados en granjas, generalmente en unas condiciones lamentables y a menudo son sacrificados brutalmente arrancándoles la piel cuando aún están vivos. Asociaciones animalistas de todo el mundo denuncian que no únicamente los cocodrilos, sino también las serpientes, los lagartos y otros tipos de reptiles –a parte de chinchillas y otros animales-, son sacrificados de forma cruel, siendo despellejados cuando aún están vivos. Esta lamentable situación se sigue dando en la actualidad a pesar de las normativas internacionales que regulan esta lucrativa actividad.

Gracias a las nuevas tecnologías, el consumidor de productos de lujo tiene una cierta capacidad –a mi entender insuficiente-, para conocer el proceso de fabricación del producto que está adquiriendo, desde la materia prima hasta las condiciones laborales de los profesionales que lo elaboran, pasando por su distribución, etc. Es la llamada ‘trazabilidad’. A pesar de ello, la mayoría de las marcas de lujo no están realizando suficientes esfuerzos para facilitar al consumidor esta información, a menudo comprometida. Es imprescindible que se trabaje para que la mentalidad de los consumidores cambie y se tome consciencia del poder que tienen sobre las grandes corporaciones y, por extensión, sobre la realidad en general que les rodea. Este derecho a la información conlleva también un deber. También sería interesante que los poderosos conglomerados empresariales de la industria del lujo se detuvieran a mirar más allá de sus cuentas de resultados. Quizás a medio plazo podría resultarles más rentable y no hacerlo puede ser peligroso, ya que puede ‘dar alas’ a empresas que sí operen de forma ética y responsable.

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