Por Albert Simó
La noticia que recientemente ha saltado a los medios de comunicación sobre la venta millonaria de un atún gigante en la lonja del pescado de Tokio puede resultar, para algunos, simplemente una surrealista anécdota que ejemplifica el poder económico y la voracidad consumista de Japón, país estrechamente vinculado con el lujo que consume la mayor parte de la producción mundial de atún rojo, una especie en peligro de extinción.
Éste es un claro ejemplo de un lujo irresponsable e insostenible, que atenta contra no únicamente contra lo que podríamos calificar asépticamente como ‘recurso’, sino también contra la existencia de una especie de animal marino, fascinante desde la óptica biológica, que la humanidad lleva explotando comercialmente desde hace más de 3.000 años.
Es obvio que la escasez va muy vinculada al concepto de lujo, que también debería estar íntimamente vinculado con la sostenibilidad. Es responsabilidad de los ciudadanos exigir a las organizaciones en general y, de una forma especial, a las que operan en el sector lujo, la existencia de esta unión. La censura social generada por determinadas actitudes y comportamientos –como ejecutar un elefante de un tiro en la cabeza-, debería extenderse también hacia otras actividades empresariales que quedan algo difuminadas por sus vinculaciones con el mundo de la gastronomía de lujo, como el repudiable proceso de producción del foie-gras o el citado caso del atún rojo, que se concreta en el consumo de sushi.